5 nov 2011

¿Por qué un Café Filosófico?

Lo primero que es necesario preguntarse es de qué demonios estamos hablando cuando hablamos de filosofía. Existen mil maneras diferentes de ver entender qué es la filosofía.  Una de ellas, la que se deduce de su etimología, es “amor a la sabiduría”. Sin embargo hoy el concepto de sabiduría ha quedado más bien obsoleto, por lo que se hace necesaria una reformulación que se adecue a nuestra actualidad. Teniendo en cuenta que no podemos conocerlo todo, esta revisión de la sabiduría pasa por entender que el mundo en que vivimos no podemos comprenderlo por completo. La figura del sabio hace años que ha desaparecido y en su lugar quedamos nosotras y nosotros, personas de carne y hueso que tropiezan, se equivocan y se preguntan constantemente cómo vivir bien y qué sentido puede tener nuestro día a día. Quizá se hace pertinente rescatar la diferencia entre sabios e ignorantes que proponía Sócrates, según la cual, el sabio es aquel que sabe que no sabe, mientras que los ignorantes somos aquellos que pensamos que sabemos (cuando no es así).

Es aquí donde encontramos precisamente la actualidad de la filosofía, su emergencia, en la necesidad de una reflexión coherente y global sobre la vida. Se pueden pensar muchas cosas de muchas maneras, podemos preguntarnos acerca del amor, de la muerte, del trabajo, de la relación con los otros, de la responsabilidad, del egoísmo, de la guerra, del consumo, de la tecnología, de la amistad, de la familia, de las aspiraciones, del cambio y de mil cosas más. Pero preguntemos lo que preguntemos, hay una pregunta que subyace a todas estas, una pregunta siempre en marcha, siempre activa, a veces inconsciente, pero que funciona siempre. La llevamos a cuestas al trabajo, al cine, al tomar algo con amigos, e incluso a la cama cuando el día parece que ya se ha acabado. Es la pregunta por la vida.
Por qué vivir, cómo vivir. Esta pregunta recorre la historia de los seres humanos, podría decirse que es una pregunta universal que cada cultura y cada individuo han tratado siempre de responder. Las respuestas, claro está, son infinitas. Podrían existir tantas respuestas como personas, incluso podrían existir aún más, puesto que nosotros cambiamos nuestras convicciones a menudo (no somos coherentes, ni tenemos que serlo). Entonces, no se trata de buscar una respuesta, como si alcanzando la respuesta correcta, la verdad, fuésemos a ser libres de turbaciones y de problemas, esto es imposible, puesto que la condición humana es este “habérselas” con la vida en toda su complejidad y contradicción. Si no buscamos ya respuestas, quizás lo que debamos hacer sea volver a cuestionarnos cómo respondemos nosotros (a la vida).
Este “volver a las preguntas” nos coloca en un lugar privilegiado, a saber, poner en apenas dos horas el mundo en suspenso, dejando a un lado, en la puerta, lo que traemos con nosotras y nosotros sin cuestionarnos, y en el diálogo que vamos a crear entre todas y todos podremos volver a plantear las preguntas como si nunca las hubiésemos contestado, poniéndonos nosotras y nosotros mismos en cuestión a la hora de bucear en estas preguntas. Poner en cuestión el mundo, la realidad, y también, sobre todo, a nosotras y nosotros mismos. Quizás la filosofía práctica sea ese movimiento que lo pone todo en suspenso por un momento y nos permite reformular las preguntas y con ello resituarnos en la vida.

¿Por qué acompañar a la filosofía con un café? Precisamente para acercar la filosofía al lugar que realmente le corresponde, que no son las aulas. Porque la filosofía tiene que ver con estar en el mundo, y este mundo no es sino estar con los otros. El mundo común que compartimos se nos aparece siempre con otros que son extraños, de la misma forma que también somos extraños para nosotros mismos. El diálogo interminable con el mundo y nuestro tiempo ha de respetar y celebrar la diferencia (si todos fuésemos realmente iguales no habría motivos para la acción ni para el discurso), y esta tarea ha de ser adscrita a la misma forma del pensamiento.
 La filosofía no puede ser sólo teoría, tiene que ir más allá, tiene que estar íntimamente ligada con la acción, con la vida real. Ya Marx decía aquello de “los filósofos no han hecho más que interpretar de diversos modos el mundo, de lo que se trata es de transformarlo”. Entonces de lo que se trata es de que esta búsqueda de significado, este pensar en común, además de intensificar y cuestionar nuestro saber individual, ha de tener una implicación el la vida, ha de transformar nuestro modo de vivir. Lo que hacía Platón con sus discípulos alrededor de una mesa con poca comida y mucho vino (aguado), pensando acerca del amor y de la justicia, aquí lo haremos alrededor de un té y unas pastas dialogando sobre temas que son de ayer, de hoy y de siempre, pero eso sí, no sólo se trata de hablar, no se trata de meras opiniones, sino que la fuerza motriz de estos diálogos es por decirlo así la pregunta por la vida, una pregunta donde teoría y praxis han de ir de la mano.

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